En este artículo, Pepe Muñoz, patrono de Fundación Mainel, nos comparte su reflexión sobre cuál es la mejor forma de ayudar, tras su reciente visita a los proyectos de Cooperación en los que está participando Mainel en Camerún, Kenia y Uganda.
Recuerdo que hace unos años leí el libro “Dead Aid” de Dambisa Moyo. La autora nació en Zambia y tuvo la fortuna -especialmente si se compara con la inmensa mayoría de mujeres africanas- de recibir una esmerada educación. Entre otros estudios, cursó Administración pública en Harvard y obtuvo un doctorado en la Universidad de Oxford. Además, tiene una dilatada experiencia en el mundo económico: Banco Mundial, Goldman Sachs, etc.
Ya en las primeras páginas, comprendí que su mirada e ideas sobre la cooperación eran distintas de la predominante. Postulaba que la ayuda internacional al desarrollo no estaba cumpliendo el objetivo que pretendía y, lo que es más, en su opinión estaba siendo una rémora para un desarrollo sostenible en el continente africano. Por ello, hacían falta planteamientos diferentes, y fórmulas en las que, verdaderamente, los propios africanos fueran auténticos protagonistas, tanto en el diagnóstico como en el tratamiento y medios para mejorar tantas situaciones de penuria y necesidad en su continente.
A título de ejemplo, quedó en mi memoria lo que relataba sobre una ciudad de su país con un sangrante problema de malaria. Algunos de los pobladores se protegían con mosquiteras, otros más pobres no tenían, y cada año morían muchísimas personas, especialmente los niños pequeños. Había en dicha ciudad dos individuos que sabían hacer y arreglar mosquiteras. Pasó el tiempo y un determinado año recibieron el regalo de una institución americana de miles y miles de mosquiteras. Era un número tan desmesurado con relación a la población que los dos emprendedores que sabían hacerlas y arreglarlas vieron que su trabajo no tenía futuro y cerraron, marchándose a otra ciudad. Pasados unos años, las mosquiteras se terminaron, nadie sabía arreglar los desperfectos, y las muertes por malaria aumentaron en la ciudad. En su opinión, la ayuda efectuada con tan buenas intenciones había creado -con el paso de los años- una población menos dinámica y emprendedora, menos imaginativa, con menos recursos para resolver sus propios problemas y, desgraciadamente y de modo indirecto, más muertes.
Hace años leí que la ayuda internacional al desarrollo no estaba cumpliendo el objetivo que pretendía, que más bien era una rémora para el desarrollo sostenible del continente africano.
A propósito de la malaria, no deja de ser un motivo de enorme alegría que la OMS haya recomendado la vacuna RTS, S, después de los exitosos resultados del programa piloto en Ghana, Kenia y Malawi. Tras 35 años de investigación parece que estamos cerca de acabar con uno de los mayores “asesinos” de niños menores de cinco años, sin olvidar que afecta a todas las edades. En el Informe Mundial sobre la Malaria 2021, se estima que hubo 241 millones de casos en 2020, 11 millones más que en 2019, y que el 96% de todas las muertes por malaria en 2020 sucedieron en África.
He tenido presente esta reflexión cuando, en 2021 y 2022, he estado visitando algunos proyectos de cooperación al desarrollo con los que la Fundación Mainel está colaborando en Camerún, Kenia y Uganda. Allí he comprobado que, con frecuencia, mi propia percepción de la realidad y de los problemas difería mucho de la mirada e idiosincrasia de los africanos.
Por poner un ejemplo, un día me fijé en que estaban construyendo un edificio con dos alturas, retranqueo para una terraza y después otras dos alturas. Vi que en ambas fachadas había una escalera con distintos obreros colocados en peldaños alternativos; fijándome más observé que se pasaban cubos con hormigón y otros materiales. Conté 21 obreros ocupados en dicha faena. Me parecieron demasiados para esa tarea y, con ánimo de ayudar, pregunté a la persona de la ONG de allí que me acompañaba: “Perdona, pero hay 21 tipos trabajando en ese quehacer sencillo, ¿aquí no conocéis la existencia de la polea?” Su respuesta rápida y sonriente fue: “Perfectamente, pero de esa manera que ves y te extraña viven 21 familias.” Me sirvió para darme más cuenta de que la economía africana es pobre, pero es una economía de vida, muy alejada de la búsqueda desaforada de beneficio y rentabilidad tan frecuente en nuestras empresas, y muy alejada del stress que a nosotros nos acompaña con frecuencia.
Observé un grupo demasiado numeroso de obreros para la realización de una tarea, desde mi óptica externa de optimización del esfuerzo y maximización del beneficio, alejada de su idiosincrasia.
También aprendí viendo la labor de formación tan estupenda que está desarrollando Kianda Foundation en Kenia. Desde Mainel habíamos ayudado en dos de sus proyectos, y fue una verdadera alegría ver el dinamismo y esfuerzo de las propias africanas para impartir una educación que realmente transforme las vidas de las mujeres y chicas desfavorecidas en amplias zonas de su país. Me llevaron a visitar Kibondeni College, y pude estar en todas las instalaciones y talleres con las responsables del centro educativo y con dos simpáticas alumnas, que aparecen en la fotografía adjunta con su elegante uniforme. Ellas fueron las verdaderas guías y protagonistas en el recorrido, al explicarme los distintos cursos y diplomas mientras pasábamos por el taller o espacio correspondiente: gestión de hoteles, restauración, repostería, etc. Eran programas de dos o tres años que complementaban con cursos cortos de cocina, cuidado del hogar, lavandería, etc. para facilitar una rápida cualificación para el empleo. Con los años se han labrado un sólido prestigio y han conseguido una tasa de empleabilidad del 75%.
Alegra ver el dinamismo y esfuerzo de las propias africanas para impartir una educación que realmente transforme las vidas de las mujeres y chicas desfavorecidas de su país.
Como dijo, hace ya muchos años, el presidente tanzano Julius Nyerere, “no puedes desarrollar a la gente. Has de dejarles desarrollarse a sí mismos.” Es una lección que no podemos olvidar, especialmente los que nos proponemos ayudar a que, también en África, se hagan protagonistas de su propio desarrollo.
Pepe Muñoz, patrono de Fundación Mainel